17/2/07

Música Canalla (Joaquín Sabina)

Su deseo de emular a Bruce Springsteen quedó patente en las primeras grabaciones. Por fortuna, las cosas volvieron a su sitio algún tiempo después. El tiempo que Joaquín Sabina necesitó para ir, poco a poco, configurando su paisaje de historias, personajes y modos de cantarlos. Más cañí que su ídolo norteamericano, igual de universal, el de Ubeda se ha convertido en un maestro del ripio y la paradoja. En un poeta, en fin. Cierra 2003 con dos discos y un libro recopilatorio con las letras de sus canciones. Sabina ha vuelto a fumar. Y a beber. Y a empolvarse, de cuando en cuando, la nariz. Atrás han quedado los efectos del marichalazo y el miedo consiguiente. Atrás han quedado noches de insomnio consagradas a escribir versos. A partir de ahora, la vida volverá a ser una noche. Como ha sucedido casi siempre. Desde aquellas veladas en La Mandrágora, la vida ha dado muchas vueltas. Han caído postradas decenas de chicas, cientos de porros y miles de whiskies mientras un cigarrillo encendía el siguiente. Algunos viajes, nuevas amistades y millones de palabras, escritas o pronunciadas, entre un laberinto de polémicas, juergas y actitudes comprometidas y no. Idolatrar a una persona no es una buena idea. Y más si como Sabina, jamás ha presumido de no tener contradicciones. A este soldado de la palabra le han colgado todas las etiquetas posibles: trovador, cantautor, poeta urbano. Demasiadas definiciones que no son más que el reflejo de una evolución natural forjada a golpe de talento y trabajo. Y, aunque el éxito le sonrió pronto, su inconformismo le ha alejado de las tendencias lógicas. Porque Sabina ha demostrado que cada vez es más escritor. Y el resto, pese a quien pese, así lo han reconocido. El punto de inflexión comienza con Mentiras piadosas. A nadie sorprende la calidad de los textos. Sólo sorprende su madurez. Si Sabina estuvo años buscando una manera propia de contar sus historias, este disco muestra cuál es el camino elegido. Canciones de amor se mezclan con historias humorísticas y acontecimientos de los que pueblan las páginas de sucesos. La ironía se abre paso con la misma intensidad que el desgarro, la crítica y, en ocasiones, la autocomplacencia. Como mandan los cánones. Su siguiente disco, Física y química, significa la consolidación de su carrera. Exitos como Y nos dieron las diez o La del pirata cojo le abren la puerta al gran público. Grandes giras, el paso a Latinoamérica, versiones de otros artistas... La diferencia entre estos discos y los anteriores es su homogeneidad. Que este músico pudiera escribir buenas canciones, nadie lo dudaba. Que pudiera parir discos redondos lo comenzaba a demostrar en ese momento. Tres discos aceptables más y un nuevo salto mortal: Sabina o la virtud de caer de pie. Sus excesos comienzan a convertirse en noticia y su voz rota es perfectamente identificable. 19 días y 500 noches se convierte en un super venta. Pero, sobre todo, es la prueba de que Sabina puede calzarse una canción de más de seis minutos (Ahora que) y enganchar al oyente dándole un verso más mordaz, más triste y más rotundo que el anterior. Para llorar, oiga. Y para aplaudir. Los críticos reconocen los méritos musicales y literarios de Sabina. Pero le critican que no tiene voz; que más que cantar, rapea; que el Paternina y los Ducados le han secuestrado sus cuerdas vocales. Amante de los retos, fanfarrón patológico, torero con huevos de oro, Sabina decide que es el momento de sacar un disco en directo y demostrar quién es quién. Nos sobran los motivos es el resultado. Canciones clásicas de su repertorio, versiones nuevas y alguna joyita desconocida nos ponen en contacto con la experiencia vital de un individuo tan joven y tan viejo creador por cuenta propia. Escuchar un concierto de Sabina es como asistir a un recital poético. 2001 se abre con una mala noticia: a Joaquinito le toca pagar sus excesos. Medio cuerpo paralizado y una advertencia: modérate, que ya no eres un chaval. Vida monacal. Se acabó el rock and roll. ¡Qué terrible paradoja! Tú, que siempre has cantado a los vicios, ahora te piden abstinencia. Pero no hay mal que por bien no venga. Y, como estas noches ya no son como las de antes, escribe Ciento de catorce volando, un libro de poemas. O mejor dicho, de sonetos. Sabina juega de nuevo a reinventarse a sí mismo. ¿Se puede ser poeta y juerguista? ¿Intelectual y gamberro? ¿Icono cultural y canalla? Obviamente, sí. Se puede y se debe. El libro tiene una magnífica acogida entre sus seguidores más acérrimos que ven en sus páginas una nueva forma de disfrutar de Sabina. Incluso algún representante del intelectualismo academicista le da su visto bueno. Pero la mayor parte de estos últimos callan, le ignoran. Saben, mejor que nadie, que las palabras sólo se combaten con palabras. Y que para ganar esa partida es necesario poseer más talento, descaro y valor que el contrincante. En consecuencia, la mejor táctica es no darse por enterado. Sabina demuestra conocimiento y genio para enfrentarse a un oficio según los dictados clásicos. Y esa demostración es su victoria frente a los que sólo pueden presumir de haber hecho carrera gracias a un premio por encargo, a una palmada en la espalda, a una puñalada también por la espalda, a una subvención con cargo a fondos públicos y a la disciplina de un partido político. Mientras unos, intelectuales de despacho y secretaria, escriben en revistas que sólo leen sus iguales, otros se baten el cobre. Así, a quemarropa. Sin duda espoleado por la experiencia de Ciento de catorce, Sabina repite aventura literaria. En este caso es una recopilación de las letras de la casi totalidad de sus canciones titulada Con buena letra. Aquí, se desgranan versos casi olvidados que se mezclan con otros inéditos. Canciones que jamás llegaron a grabarse (y probablemente nunca lo hagan) conviven en esas páginas con canciones que se han convertido en himnos y que, cualquier mortal, podría recitar de carrerilla. Un Sabina joven y viejo, clásico y nuevo. Un Sabina en constante revisión. Poco después, aparece en las tiendas de discos Diario de un peatón. Tiene truco. Se trata de un cd doble. El primero, es la reproducción íntegra de Dímelo en la calle, su anterior trabajo discográfico. El segundo cd sí contiene canciones nuevas. De Diario de un peatón sorprende la presentación: el disco se asemeja a un libro, y como Con buena letra, incluye dibujos del propio Sabina. Es la apuesta personal del artista por mostrar su búsqueda de novedosas y complementarias formas de expresión en un afán por alcanzar el arte total, al estilo de Da Vinci. La obligada gira se suspende por problemas en sus cuerdas vocales. Aquello de "Ya no cierro los bares/ ni hago tantos excesos" ha pasado a la historia. La obra de este canalla sigue su propio rumbo. Será para bien.
Calle Melancolía
Pacto entre Caballeros

Jose Naredo / Gijón. La Gansterera

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